Ex alumno del Liceo Kemeny, el mismo donde hoy hace clases, motiva a los alumnos a ponerse metas altas para alcanzar la superación personal.
A Jose Andrés Díaz Maza le costó llegar a la universidad, pero lo hizo. Porque aunque varias veces debió interrumpir su práctica de gastronomía del liceo técnico y pasar primero por “técnico deportivo” para trabajar y pagar sus estudios superiores, José Díaz Maza tenía una meta y la alcanzó. Convertido en profesor de Educación Física del Liceo Kemeny, en Villa Sur de la comuna de Pedro Aguirre Cerda -el mismo de donde egresó hace nueve años-, a los 26 ya destaca por su cercanía e innovación pedagógica.
“Ser de acá me acerca a los chiquillos, porque conozco su realidad, pero también otras más adineradas y sé que con esfuerzo se puede salir adelante”, dice. Y agrega: "La primera vez que hice clases aquí, sin darme cuenta de lo que podía provocar, les dije cuando entren a la universidad van a poder hacer esto y no alcancé a terminar la frase cuando el curso se puso a gritar, convencidos de que no era posible".
La anécdota le sirvió para poner el tema sobre la mesa. “Me di cuenta de que había un tema de expectativas, que ellos no se veían en la universidad por un asunto económico” y entonces se propuso romper esa barrera. "Les decía que todos tenemos las mismas capacidades y que no por tener pocos recursos deben autolimitarse. Al principio no me creían, hasta que vieron que era posible".
Evaluación personalizada
Al interior del liceo (que peretence a la Fundación Aprender), José pasa la mayor parte del tiempo al aire libre, pero tiene asignada una sala para la asignatura, donde complementa los entrenamientos con clases expositivas. Para incentivar aprendizajes, utiliza variadas acciones: trabajo grupal, personalización de evaluaciones y desarrollo de una autoestima positiva.
Convencido de que la educación física es una herramienta poderosa para la superación personal, ha instaurado un exhaustivo control de peso y estatura tres veces al año. Además, “cada alumno tiene una cartilla donde se sigue su desempeño en torno a cuatro pruebas físicas. Controles personalizados bimensuales permiten ver los avances y la nota final dependerá del progreso en relación a la propia marca, más que a una métrica externa”.
Paralelamente, en el liceo “se trabajan aprendizajes cruzados, con matemáticas, biología o música, estableciendo que estamos al mismo lado y podemos complementarnos”.
Reconocido por su cercanía con los alumnos, confiesa que a veces se siente como una especie de “hermano mayor”. “Les digo: sé donde vives, conozco tus círculos, los garabatos de tus amigos, algunos de tus problemas porque yo también los he vivido y ser mediocre no cuesta. Si te quedas mucho con los amigos en la calle no va a pasar mucho contigo porque un día te quedas sin nada. Entonces les sale el amor propio”.
Confiesa que en sus pocos años de profesor “una de las cosas que me han provocado más emoción es que los alumnos tomen una actitud saludable. Es bonito cuando alguien me dice: profe, estoy corriendo en la tarde o salí a trotar con mi mamá o hice pesas… Ahí uno ve que está inyectando cosas y la asignatura llega hasta la casa”.
Sin gimnasio ni pista atlética y con pocos elementos para desarrollar la clase, ha aprendido que la falta de instalaciones no sea problema: “Si llueve, hacemos clase teórica y si no hay suficientes balones para un entrenamiento, armo grupos que alternan actividades. Entonces todos acceden a la pelota y se cumple el objetivo”.
Apasionado de la enseñanza, en apenas un año y medio ya suma variados logros: “Me encanta la pedagogía y la vida en el colegio. Pero también quiero estudiar más, perfeccionarme para dar más. Siempre le digo en talla a la directora que me cuide el sillón, porque algún día me gustaría ser director…”.
- Este artículo es parte de la serie "Lo mejor de nuestros profesores" que el Área de Educación de Fundación Chile publica semanalmente en el diario Las Ultimas Noticias